España está en cuarentena oficial hace poco más de un mes, y ya notamos cambios significativos en el número de muertos y de nuevos casos confirmados del nuevo covid-19. Aunque algunos de nosotros estemos inmersos en una sensación de aburrimiento incesante, mucho ha cambiado desde el inicio de las medidas de aislamiento social, decretadas el 14 de marzo de este año.
Si por un lado estas alteraciones tuvieron lugar en los registros estadísticos de la propia pandemia, igualmente se ha notado cambios subjetivos en los modos de afrontamiento de la situación. Los temas de conversación, las preocupaciones y los relatos de la gente ya no son los mismos a los del principio del encierro.
Tras la cuarentena, ¿qué pasará?
Últimamente se habla mucho del futuro: ¿cómo saldremos de la cuarentena? ¿Seremos mejores, o los mismos?
Los optimistas plantean que ya somos muy diferentes: más solidarios, más colectivos y menos egoístas, y que nos mantendremos en esta misma línea. Hablan de las incontables iniciativas de auxilio social que han surgido en diferentes ámbitos, instaurando un sentido de colectividad hace mucho olvidado.
Los pesimistas, por otro lado, proyectan un futuro igual (o peor) al que teníamos antes de la pandemia: un caos. Dicen que cambios estructurales no ocurren sin largas construcciones y reflexiones previas y que, como máximo, saldremos afligidos y traumatizados.
En puntos intermedios existen aún los aficionados de la tecnología, excitados con las facilidades virtuales, los indiferentes, los adictos de la productividad, entre muchos otros.
Grandes cambios exigen grandes construcciones
Personalmente, me gusta la idea de que grandes cambios exigen largos periodos de construcción. Nos dejamos engañar por ideales fáciles e instantáneos, que parecen disolverse con la misma facilidad con que se fundaron. Por más complejo que sea, cambios estructurales (y persistentes) en nuestra manera de actuar exigen profundas reflexiones que van mucho más allá del periodo de encierro.
Inspirada por el rapero brasileño Emicida, pienso que es urgente que pensemos sobre cómo nos relacionamos, cómo consumimos y en qué condiciones vivimos. Se trata de una reflexión hacia nuestros propios patrones, y el modo en que ellos pueden estar contribuyendo para el deterioramiento de una sociedad más humanizada.
Y claro, este tipo de ponderación puede ser despertada por la pandemia del covid-19, pero no sin que nosotros hagamos nuestra parte del trabajo: un minucioso y exhaustivo buceo hacia nuestras propias contradicciones.